viernes, 17 de mayo de 2013

Pararía una bala por quién está detrás del gatillo.

Que no iba a llorar, decían. "Quiérele, que no duele". ¿Que no duele? ¿Y si no duele, qué es esta mierda que me pasa? ¿Es normal llorarle cada noche a la almohada? ¿Es normal llegar a casa y tirarte en la cama porque no tienes ganas de nada? O sonreír sin ganas. O no querer recordar. Porque duele. Joder si duele.
Llegó, pisó, y se fue. Pero se olvidó de borrar las huellas. Y no le importó que yo llorara. No le importa ahora. No le importa que extrañe sus besos por el cuello, ni que anhele esa sonrisa en mitad del beso. No le importa el escalofrío que me recorre la columna cuando recuerdo ese último "no te vayas". Ya no.
Pero lo peor de todo es que no lo he perdido. Lo peor de todo es que ha desaparecido. Pero no como esos magos de los dibujos animados que desaparecen tras un chasquido de dedos, no. Ojalá fuera así. Quizás no dolería tanto.
Pero aquí estoy, esperando a que dispare. Aquí está la gilipollas que pararía una bala por quién está detrás del gatillo.

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