Las dos de la
mañana y él sigue en tu cabeza. Las dos de la mañana y su sonrisa sigue estando
tan presente como lo estaba la tarde anterior. Las dos de la mañana y aún sientes sus brazos
rodeándote.
Te dices a ti misma
que no, que no es posible, que estás cansada y está en tu cabeza por
casualidad. Pero tampoco sabes que las
casualidades en realidad no son casualidades, pero lo parecen.
Son las dos de la mañana y no te puedes
dormir. Te levantas, buscas el reproductor y pones música. Vas a la silla de tu
habitación y coges la chaqueta que él te había dejado la tarde anterior. Te la
pones. Hm… Sigue oliendo a él.
Vuelves a la cama, y como si el destino
quisiera decirte algo, sale esa canción. Y entonces ya no hay marcha atrás. Ya
no puedes escapar. Sabes lo que pasa, aunque no lo quieras admitir. Sabes que
te costará mucho volver a sacarlo de tu cabeza. Incluso más de lo que piensas.
Pero te sientes tan bien, que ni se lo
creerían.
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