¿Conoces ese sentimiento? Sí, ese del que todos hablan. Ese al que le echan la culpa de sentirnos solos, y de que no tengamos ganas de nada. Ese que llega cuando creemos que necesitamos a alguien que nos salve, pero no sabemos de qué. Pero, ¿de qué puede salvarnos alguien que no seamos nosotros mismos?
A veces creemos que necesitamos a alguien que cure nuestras heridas, a alguien que nos salve. Pero ese alguien nunca va a llegar. Puede que nos preste su salvavidas, pero no nos salvará. Puede que te ayude a recoger tus pedazos y a reconstruirlos, a su manera. Pero si realmente quiere salvarte, te enseñará a no depender de nadie para hacerlo. Conseguirá que cada vez que estás tirado en tu habitación, llorando, te muerdas los labios y dejes de llorar, te mires al espejo y sonrías. Pero te enseñará a hacerlo sin nadie, a ser fuerte por ti mismo. Entonces, solo entonces, serás feliz de verdad. Y podrás darle las gracias a ese alguien que no te salvó, pero que te enseñó a salvarte.
sábado, 16 de noviembre de 2013
...y coincidir.
Echar de menos algo que ya tienes no es necesariamente malo. Simplemente significa que está lejos, a veces más de lo que debería. Echar de menos significa que te importa, y eso es bonito. ¿No? Es bonito sentir lo que quieres a alguien. Lo que ya no es tan bonito es echarlo en falta. Echar en falta sus abrazos, su sonrisa, sus pequeña. Sus andares o esa forma de pararse y mirarte, sin más. Echar de menos ese momento en el que parece que solo existís vosotros, y que podríais pasaros la vida mirándoos, nada más. Y, aunque sea solo por eso, merece la pena echar de menos. Porque piénsalo;
tantos siglos, tanto mundo, tanto espacio...
y coincidir.
tantos siglos, tanto mundo, tanto espacio...
y coincidir.
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