lunes, 22 de abril de 2013

Se fue, pero no de mí.

Le perdí. Se fue.
Ya no está.
"Lo recuperarás", me dirás. "Tranquila, seguro que vuelve".
No. No va a volver. No volverá porque es una de las pocas cosas que no tiene solución en la vida.
No va a volver a sonreírte de esa forma tan suya, ni a preguntarte cómo te van los estudios. No va a pedirte que le ayudes a subir las escaleras, ni volverá a darte esos regalos que te daba por Navidad. Ya no irás más a su casa y lo encontrarás sentado en su sillón de siempre, viendo cualquier programa en la televisión. Ya no podrás decirle: "abuelo, baja un poco el volumen", porque simplemente no lo va a poder subir.
Ya no te volverá a decir: "ven hija y dime como se apaga este cacharro", refiriéndose a su ordenador nuevo. Ya no te llamará para que le corrijas las faltas, o para que le ayudes a encender el fuego y sentaros los dos en frente de este a contar historias. Llegará la fecha de su cumpleaños y ya no podrás felicitarlo por sorpresa para ver esa sonrisa desarreglada.
Se fue.
Se fue sin que pudiera decirle lo mucho que le quería. Se fue sin que pudiera darle las gracias. Se fue sin que pudiera decirle el último adiós.
Y ahora, abuelo, ¿quién me va a echar la bronca por no dejar ese aparatejo llamado móvil? ¿Quién me dirá "no llegues tarde que no se enfade tu madre"? ¿Quién me dará el chocolate a escondidas otra vez?
Ojalá pudieras escaparte del cielo un momento para poder darme un abrazo fuerte. Porque lo necesito, abuelo, de veras que sí.
Y puede que no te vuelva a ver, pero siempre te llevaré conmigo. Porque te fuiste, pero no de mí.